OTRA TAMBIÉN ESCALERA HACIA EL CIELO


Empapado y dando tumbos llegó al portal. En la lejanía, una campana eclesial repartió en el aire húmedo las seis de la mañana. Mareado, se hurgó los bolsillos y encontró sin demasiada dificultad la llave. Enfrente, cruzando el paseo arbolado y otoñal algunos desgraciados tosían y se resguardaban bajo paraguas esperando ya que abriera de una puta vez la Oficina de Empleo. Los miró y no pudo contener la arcada súbita que de pronto le hizo volver la cabeza y vomitar por fin sobre el escalón de la entrada. Pensó, con asco y guasa, que no quería dar ejemplo a nadie. Ya lo que le faltaba era que pasara un celular de los monos y se parara y le pidieran los papeles de mierda. Borracho, diría si le preguntaran incongruentemente la nacionalidad, como en aquella película de Bogart. Apoyado en la pared, cerró los ojos y en su ayuda vino, extraño, el recuerdo de lo que dijo el patético Horacio en aquella novela, mojándose la cara con el chaparrón, a conciencia, para que así nadie se diera cuenta de lo que estaba haciendo o le pasaba. A tientas, consiguió abrir la puerta de la calle y caminó con torpeza, había poca luz, hacia el ascensor. Estaba, como de costumbre, averiado o pasajeramente muerto. Cinco pisos. Se sentó en la escalera y sacó un pitillo. Una tras otra fue descabezando cerillas mojadas. Al tirar la última fue cuando oyó la voz, detrás de él.
-Es para reírse. A mí también me pasó, a cualquiera le pasa, pibe.
Asombrado miró hacia atrás y lo vio. Unos escalones más arriba había un tipo con barba, ofreciéndole lo que parecía una sonrisa y la brasa de un pucho que apenas fulgía. En la penumbra esa cara... Era una cara... sí... que le resultaba familiar, posiblemente la misma, carajo, que la que tenía pegada enfrente de su escritorio y entre los libros, cinco pisos arriba.
-Vaya sbornia que traés, hermano. Y la noche... c’est vache comme il pleut... - dijo con un acento raro y gutural, como sudamericano.
Aturdido, haciendo tremendo esfuerzo por ver bien y reaccionar, con dificultad se puso de pie. Demasiados whiskys y cervezas, me pasé esta noche y ahora estoy en el limbo o en este rellano con un tipo que aparece de pronto y que si es él, claro, no debería de estar aquí precisamente sino bajo tierra, en el Cementerio de Montparnasse, y desde hace una punta de años.
-Sabés, boquiabierto y todo sos macanudo. Recién acabás de ver, digamos, la huella del pie en la playa y todavía no te cagaste, no rajaste corriendo... - dijo encendiendo un cigarro y ofreciéndome la cajetilla de Gauloises.
Imagínate, pensó temblando y desesperado, de pronto y sin saber porqué, imagina que no hay paraíso, que arriba solo está el cielo y...
-Y lo mismo venís de vagar desganado por las calles del Barrio Latino y ella que ya no está contigo. Se fue. No te rompás la cabeza. ¿Por qué buscarle sentido o explicaciones, viejo? Los dos estamos ya solos. La única diferencia real entre vos y yo en este momento es que yo estoy... digamos que... unos escalones más arriba. Y lo mismo podemos estar tan bien aquí, fumando, conversando, apreciativos. Venga, dale que va, rellenemos los almohadones... contame de...
Entonces abrió todo lo que pudo los ojos y lo miró casi con calma.
-Usted, tú eres... - dijo interrumpiéndolo, casi cogiendo el miedo y la confianza, a la vez, con un palito.
-Sabés, la Maga siguió con su vida o no y lleva treinta y tantos años ahogada. Así nomás, no hay vuelta que darle.
No supo si lo pensó o lo dijo en voz alta, ebrio como una peonza, sin saber cómo, rabioso, aceptándolo todo:
-Oh, Oui, monsieur, hace unos minutos me acordé de un tal Oliveira y por supusto, siempre nos quedará París... ¿le suena?... Me falta el Stetson encasquetado ¿o era Borsalino? y la gabardina para parecerme de punta a punta y por mi carajienta cuenta al Humphrey que también recordé casualmente ahí fuera, merde...
Debió de hablar así porque oía con claridad la risa, el carcajeo del tipo.
-Lástima que no podamos cebarnos unos amargachos - dijo pasándole otro Gauloise.
Se encogió de hombros, temblando de estupor, frío, perturbación y también de una chocante y absurda alegría.
-Hablemos bajo, no vayamos a despertar al niño, digo a los vecinos. Sabés, se me desorganiza pronto el raciocinio en estas tierras sureñas y en estos días, será que me falta la cloropromacina ¿Vos creés?
Nos reímos los dos, esta vez nos reímos los dos.
-Mira pibe, me da por pensar que a vos la evidencia de tu cara te vomita cada mañana, en el espejo, el desagrado de una vida que ya no...
Hablaron y hasta susurraron tangos mientras amanecía despacio. Cuando despertó, tras dormir con una inusual sonrisa, estaba aún tirado en el suelo para consternación de los vecinos bien pensantes y presentes. Y junto a él no estaba Julio sino unas cuantas piernas con sus respectivos zapatos. Y un señor endomingado, padre posible de varias criaturas, le decía algo a los demás señalándolo con un dedo acusador.
Esta otra jodida escalera hasta el cielo, pensó tiritando. Y afuera debía de estar lloviendo una fina inútil lluvia de polillas muertas.

(Madrugada de un mes de marzo de hace, estos días, como veinte años)

Domingo López
"La lluvia y las rayuelas"
Col. Monosabio de Narrativa, Ayto. Málaga, 2002

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