EL BANDEROFAGO


Aunque parezca increíble, aquel botarate se alimentaba de banderas. Debía de darle igual el colorido o el tamaño o el significado porque luego se supo, tras las encomiables investigaciones de la autoridad competente, que más de una vez lo habían echado a patadas de un campo de fútbol por jamarse, desesperado y uno tras otro, los banderines de corner. La cosa es que lo detuvieron una tarde gracias a la colaboración de un ciudadano ejemplar y obeso. En efecto, según me contó mi abuela, que vive permanentemente pendiente de lo que sucede en la rua, fue el modélico vecino del quinto izquierda quien llamó corriendo a la policía porque desde el balcón vio, supuso acertadamente con aviesas intenciones, a un tipo trepando, cual cucaña, por uno de los mástiles de la escuela del barrio. Cuando llegó ululando el patrullero lo encontraron encaramado en la punta del mismo, agarrotado como un gato en el palo mayor de un velero, comiéndose con una voracidad insólita una enseña autonómica. Lo pescaron, por lo tanto, in fraganti y tras majarlo adecuadamente a porrazos, en el posterior interrogatorio no tuvo más remedio que confesar su enfermiza necesidad de masticar y deglutir cualquier cosa que algún pomposo ceporro o las instituciones decidiera izar con la consabida y majadera petulancia. Tras seguir voluntariosamente un programa de desintoxicación, ahora está escribiendo un libro sobre las notables recetas culinarias de los hombres del Cromagnon y ha sido invitado a un par de espacios chismosos de TV donde ha referido conmovidamente, con persuasivas y dramáticas lágrimas en los ojos, que aunque está rehabilitado por completo no quisiera morirse sin visitar Nueva York, no para cometer un sangriento atentado, sino para acercarse despacito al edificio de la ONU y regodearse ante su imponente y sabrosísima - apuntó relamiéndose de pronto con la vista perdida en la calva del presentador - hilera de trapos multicolores, tan estúpidos como ondeantes…

DOMINGO L.

No hay comentarios: