ALENTEJO BLUES


- Bourbon, b-o-u-r-b-o-n, four roses si puede ser, jefe, faz favor - digo, no solo deletreando las silabas y exigiendo marca como quien pide priva en la luna, sino levantando la mano y mostrando cuatro dedos cuatro. El viejo me mira y sonríe, balbucea algo, se da la vuelta, agarra una botella polvorienta y me la muestra. Aguardente Vúlron, leo en la etiqueta.
- Vale, ok, ponga eso mismo - le digo por tomar cualquier trago. El viejo, satisfecho, abre el tapón y va en busca de algo, un vaso supongo.
Saco un cigarrillo. Afuera hace un bochorno de mil demonios. Desde la barra veo la moto a pleno sol, con el portaperros amarrado detrás y al Chucho, en el suelo, esperándome con las orejas caídas y la lengua fuera. No hay nadie por ningún sitio ni sé como diablos se llama el pueblo. Al menos estoy a salvo en la penumbra de la taberna y ya es algo. En la tele, sin volumen, lloran a lágrima viva en la consabida telenovela brasileira. Saco el mapa y lo miro cual aventurero irresoluto, de pacotilla. Cogí un desvío a campo traviesa y no tengo ni puta idea de donde estoy ni por donde se va a la costa. El viejo trae efectivamente un vaso sucio y lo llena. Obrigado, digo. Doy un gran trago y aquello me abrasa el gaznate y el estómago. Mis muertos. Se me han saltado las lágrimas. El viejo me mira y sonríe. Detrás suya, junto al póster descolorido del Benfica FC hay un cartel, escrito a mano: Precisa-se mozo para o bar. Oigo al Chucho ladrar. Vuelvo la cara y lo veo meneando festivamente el rabo y oliendo ensimismado a una perrita. Ya ligó, qué cabrón. El viejo me acerca amablemente un cenicero casi prehistórico, de Cinzano. ¿Se necesita camarero? ¿En esta tasca de mala muerte?, me pregunto, fascinado. Cuento las mesas, dos. Las sillas, cinco. Las botellas en el estante, doce. Las moscas, doscientas veinte. Y entonces entra alguien y oigo un dulce boas tardes y me giro y veo una chica morena, deslumbrante, que me sonríe también y luego besa al viejo, que la llama filha. Miro otra vez a la calle, al Chucho que, bajo el calor tremendo y sin más trámites se está tirando a la perrita, montándola, dejando prole por el mundo. Pago, por hacer algo, y dejo propina y todo. Cojo el macuto del suelo. La chica le pasa un trapo a una mesa y canturrea. La miro de reojo. Es muito bonita. Doy unos pasos, inseguro. No se adonde mierda queda el camping, lleno de guiris idiotas, ni adonde queda nada. Llego a la puerta. Adiós se dice adeus. El sillón de la moto me quemará el culo. Se necesita camarero. A la sombra de un buzón oxidado el Chucho, jadeante, está enganchado gozosamente a la perrita. Enciendo otro pitillo. Y entonces me digo, mierda, ¿por qué no? tampoco se está mal y me vuelvo y pido otro aguardiente de los cojones y le guiño un ojo cómplice a la chica y señalando el cartel que oferta el empleo me acodo en la barra de chapa y le digo al viejo que cuánta guita, que cuando empiezo y enfin, que si hablamos de negocios.

Domingo López
Inédito

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Las plantas de las macetas,
muertas.
El gato, desaparecido,
harto de pasar hambre
y de soñar
con los ratones
de los dibujos animados.
El buzón, repleto de publicidad
y recibos bancarios.
El mismo silencio hosco,
los mismos fantasmas
recibiéndole.
Y la cara en el espejo,
más morena pero igual de triste.
He vuelto, se dice
y cierra la puerta tras de sí,
convencido ya de que
ahí fuera
tampoco había
nada.

Domingo López
Inédito