DE MADRID AL SUELO, CON DOS COJONES

Hace pocos día que estoy en la calle. Me han soltado antes de tiempo y eso me alegra, porque cuando estás encerrado echas de menos hasta un amanecer en la Puerta del Sol y crees que te puede tocar un millón en el tapón de la Coca-Cola. Una vez fuera, incluso la realidad es bonita, sobre todo los primeros días, cuando el colorido grís de Madrid te adopta como un hijo bajo su cielo rojo. Mientras camino solo, vuelvo a ser un miembro más de la multitud que va y viene sin saber dónde.
Entro en un bar para celebrar algo que no recuerdo y me siento al final de la barra a beber y a brindar por mí. Conmigo. Echo un vistazo y miro si hay algún compañero de fortuna. Buena o mala, ¿qué más da? Pero no, sólo veo las tonterias que había oído antes. Y es que a ellos, Dios los cría y los junta, regordetes y con traje. A nosotros no nos cría ni la Virgen y no porque no hayamos querido: yo al menos no digo de esa teta no mamaré.
Mis amigos y yo nos hemos juntado poco a poco. Uno a uno. Uno a una. Nos hemos seleccionado en cualquier calle o en cualquier garito donde hayamos coincidido quitándonos la vida. Quitándonos la vida con una imprudencia meticulosa. Y aquí estamos, mis estudios y yo; recordando cómo nos hemos agujereado la piel, cómo la hemos acercado a un corazón mil veces roto por los mismos amores. Mientras ellos se ríen a mi alrededor de algún chiste verde, yo sonrío y pienso en que nuestra sangre ha lavado más de un honor, y pienso en que sólo algunas de nuestras cicatrices nos traen malos recuerdos y pienso en lo mucho que tenemos que reprocharnos y lo poco de que arrepentirnos. Sonrío tras la copa por todos los amigos que han muerto en las batallas a las que algunos hemos sobrevivido. Nos podemos contar, sin ponernos colorados, entre las victimas de la peste del siglo XX. Nos han encerrado por casi todo sin haber hecho casi nada; por abusar de nosostros mismos. Me río de eso y de mucho más que a nadie le importa. Y bromeo conmigo mismo sólo de pensar que todo lo que a mí me hace gracia haría palidecer a cualquiera de estos idiotas que lloran sus carcajadas.
Me pido otra copa, que parecen dos, y brindo por cualquiera de mis amigos ausentes, tan delgaditos ellos, tan guapas ellas, tan saturados de vida todos...y de bebida algunos.
Pido la cuenta sin marearme siquiera. Me despido sin decir nada y salgo por la puerta camino de mi destino. Seguro de cruzarme con alguna víctima del alcohol, echo a andar despacio, con dos cojones. Y no pienso en nada.

EL LIRIO
(Texto extraido de la revista EL CANTO DE LA TRIPULACIÓN, Nº10, 1997)

No he puesto foto, ni dibujo ni leches porque un texto como este no lo necesita. No necesita nada. En cualquier caso, quien lo lleve, que se quite el sombrero...

1 comentario:

Luciérnaga dijo...

No pares, Domingo. No pares.