GEORGIA BLUES


No consigo lo suficiente para comprarme
una rebanada de pan
la desgracia
se me ha echado encima
y los ratones duermen
en mis cabellos.

“Tin Cup Blues”
Blind L. Jefferson


Para Alfonso Xen Rabanal

El viento álgido había dejado las calles vacías y en la Avenida Vieja aún quedaban los noctámbulos de siempre; vagabundos negros y los white trash, como allá en el sur, con asco, los llamaban, que caminaban con lentitud y manoteaban papeles que entremetían con torpeza en sus harapos, borrachos indecisos, sin saber por dónde huir de la indigencia, prostitutas baratas en retirada y fisgones merodeando ante las puertas y las cristaleras sucias de los cafetines y clubes abiertos todavía donde, desde semanas atrás, desde el día en que bajó del expreso Golden Gate, procedente de Houston, no lo dejaban entrar y menos aún, tocar. El viejo Jim, apoyado en la pared ruinosa de la que antaño fue un teatro, oía las risas cansinas de las chicas manoseadas , la música filtrándose, escapándose por las rendijas de los locales. Las oía cesar un poco y luego acrecer, como si el viento cambiante se entretuviera con ellas, dándole más o menos volumen. Fatigado y sudoroso, hacía rato que había enfundado la guitarra y contado con descorazonante facilidad las monedas en su sombrero. Mientras fumaba la última colilla pensó que había sido una mala noche, como todas las anteriores y escupió por la comisura de los labios a la esquiva suerte, a la inútil esperanza. Un poco más lejos, al final de la calle, por donde amenazaba con salir la luz del nuevo día, se podía oír también los exabruptos, los bronquios de los peones de la limpieza, sus risotadas inverosímiles y respirando con dificultad y fastidio decidió que era hora de largarse. Encorvado, tosiendo, tanteó en su bolsillo bueno las monedas conseguidas y las hizo sonar rítmicamente. No le llegaban ni para un par de tragos de lo más barato. Si algo bueno había sacado de la noche que huía era unos acordes muy buenos que a última hora había improvisado con las manos heladas. Volvió a escupir y no quiso mirar el color del esputo. Raaine sacará la letra, pensó, tarareando la tonada nueva, mientras los dientes que le quedaban hacían el acompañamiento castañeteando y las tripas también colaboraban. Ojalá que ese negro bruto haya encontrado algo para tragar, se dijo, cojeando hacia las afueras, recordando que la jornada anterior sólo consiguió unas mazorcas y algunas sardinas. Se tentó en el forro del gabán roto y sonrió al notar el bulto del pan que una vieja, la tarde anterior, le había dado, tras oírlo tocar embelesada y preguntarle de dónde venía. Le dijo Alabama pero era mentira. No hacía ni siquiera tres meses que había salido a empujones de la prisión de Hustville, en Texas, detenido por vagabundeo y condenado una temporada a formar parte de las cuadrillas que trabajaban en las canteras de piedras para las vías de los ferrocarriles y también, a componer y rasguear mentalmente. Esto último siguió haciéndolo cuando salió puesto que, para joderlo del todo, le robaron la guitarra en el presidio y se tuvo que dedicar, con una sonrisa permanente y falsa, a lustrar zapatos, hasta que pudo comprar otra, la que ahora llevaba encima. Huyendo de la miseria, de tantas cosas, consciente de que ser un negro analfabeto y viejo implicaba humillaciones y desdicha, optó por emigrar hacia el norte, hacia las grandes ciudades. Trabajos duros y mal remunerados, trenes y trenes, mujeres sucias y amargadas y siempre, la música, el blues. Con fiebre, lagrimeando, se abrazó a su instrumento y se asombró al sentir que su boca le dibujaba en la cara demacrada, otra vez, una sonrisa. Era un pobre y verdadero bluesman y estaba orgulloso de ello y si Raaine no estaba narcotizado y hambriento iban a sacar el tema juntos.
La luz nítida de la mañana iluminaba como sin ganas la vieja estación de ferrocarriles, los hierros oxidados y las vías cubiertas de hierba salvaje. Tomando, casi dirigiendo con su mano la pierna mala, cruzó las hileras paralelas de railes. Mientras se iba acercando al vagón pensó que tal vez algunas de aquellas piedras que pisaba las había mojado su sudor, ante su impotencia y el pico y ante la mirada fija de un fusil o la chulesca de un uniforme, allá en chirona. “Es Domingo por la mañana, voy a tumbarme en el suelo, es Domingo por la mañana y voy a tumbarme en el suelo, no tengo dinero, no tengo adonde ir”...., oyó que Raaine cantaba, dentro del vagón abandonado en cuyo lateral de madera alguien pintó un día bastante remoto las letras SOUTH PACIFIC. Se detuvo a escasos metros de él y le quitó la funda remendada a la guitarra. Qué negro bruto y loco, pensó, intentando en vano recordar el título del blues tradicional que estaba escuchando, enseñándole los dientes amarillos al sol que ya tomaba confiadamente esa tonalidad. Y así, de pie, empezó a tocar, ya sin hambre y sin frío, siguiendo el compás de la voz ronca hasta que esta terminó de cantar y entonces oyó un silbido como de aprobación y hasta unas palmadas de aplauso.
- ¿Cómo te fue, Jim? - le preguntó, asomándose por el portalón, una cabeza joven, una cara con ojos desorbitados y transpirante, casi como pintada o recién teñida de betún.
- Como la mierda nuestra de cada día, negrito.
- Ya lo oíste, hoy es Domingo, no blasfemes o no hay comida... ¿Sacaste algo?
- ¿Encontraste algo?
- Luche contra varios gatos, mira cómo me arañaron por unas cuantas espinas - y le enseñó el revés de las manos que mientras tanto tamborileaban el piso de madera.
- No esta mal, peor es estar muerto.
- “Nunca saldré vivo de este mundo...”, ya sabes, lo cantó y cómo, el blanquito Hank - y le guiñó sonriente uno de sus grandes ojos.
Puso la guitarra en la plataforma y el otro lo ayudó a subir. Sacó las monedas y el pan y buscó la botella
- También encontré unos restos de pasteles. Hay que celebrar que nos vamos ¿no?
Jim sonrió sin ganas, agarró la guitarra y escupió sobre el mástil, tosiendo, pasándole luego su pañuelo entre traste y traste.
- Eres un jodido bruto y yo tengo unas notas, así que dale vueltas a esa cabeza de chorlito y sí, nos vamos. Esta ciudad se está muriendo y sospecho que tu paciencia, la mía y las sardinas se están acabando - dijo, con el cuerpo temblequeando como el tren donde se ocultaron esa misma noche.
- “Voy a liar el petate, voy a irme de la ciudad, voy a liar el petate, voy a irme de esta ciudad, no tengo dinero, no tengo adonde ir…” - cantó, contento, Raaine, mientras el viejo Jim, pensativo, seguía limpiando lo que más amaba y de pronto recordaba, satisfecho, el título de lo que estaba oyendo, el “Georgia Blues” de Blin Blaque’s.

DOMINGO LOPEZ

2 comentarios:

Anónimo dijo...

estupendo relato... estoy seguro de que a Xen le va a encantar...

xen dijo...

y que lo digas, Dani...
un Blues acojonante, Domingo... te lo pillaré prestado pa la niebla... gracias, tío...