- Todas la maman... – dije de pronto, sin venir a cuento, después de un buen rato en silencio, sin nada que decir.
- Y todos comen coños, no te jode – contestó ella enseguida, juiciosa.
Asentí, completamente de acuerdo. El sol, agonizando, se arrastraba como una alimaña herida hacia el horizonte y fue entonces cuando terminé de liar el último canuto y se lo pasé para que lo encendiera.
- Este costo sigue siendo una porquería – dijo tras dar una calada.
Noté llegar, renqueante, una sonrisa a mis labios. Le miré la jeta. No era mi chica ni de lejos pero nos caíamos bien y nos reíamos y follábamos y andábamos por ahí, sin un puto duro siempre, dando bandazos y porculo, buscando chanchullos e inspiraciones varias.
Yo pintaba a veces, aunque ya cada vez menos, y ella escribía. Yo embadurnaba paneles y trozos de maderas que rescataba de la basura porque nunca me gustaron las palabras, ni escritas ni dichas, y menos aún las gentes que las usaban y ella escribía porque asistió de rebote a la presentación de un libro de un vate progre e intelectual, el consabido santón de las causas nobles que peroraba contra el capitalismo desde la poltrona de su sueldazo y ella, viendo que todo el mundo agasajaba y rendía pleitesía al pobre andoba, decidió en el acto ser poetisa, sin ningún talento para ello pero - afirmaba mirándose las uñas - contando ya con la ayuda inestimable de su entrepierna y sus dos rotundas tetas con las que, efectivamente, con descaro y dedicación logró ser primero editada, después de tirarse a la caterva de editores del underground patrio, y luego hasta festejada en saraos borrachientos, revistas efímeras y otros desatinos literarios.
- Me tomaría un trago de cualquier cosa, un lonyón, por ejemplo – le dije a un chucho callejero que se acercó meneando el rabo, mirándome como con curiosidad, oliéndonos, precisando un puntapié o comida o amparo.
- Vamos a lo del Ñaco, ya sé que no te gusta pero lo mismo hay algún mecenas de buches o algún simple cabrón que invite - opinó coloreándose con rouge rojo chillón - siempre los llevaba así - los labios.
El Ñaco era su colega, otro literato que casi había sido el adalid del malditismo poético, un niñato grimoso que se tuvo que tragar sus ínfulas y su pose y abrir una tasca pulgosa para no tener que masticar las sandeces de sus versos. En fin, que lo mejor del tipo es que tenía una cara para poder partírsela sin más tramites y en cualquier momento.
Noté llegar, renqueante, una sonrisa a mis labios. Le miré la jeta. No era mi chica ni de lejos pero nos caíamos bien y nos reíamos y follábamos y andábamos por ahí, sin un puto duro siempre, dando bandazos y porculo, buscando chanchullos e inspiraciones varias.
Yo pintaba a veces, aunque ya cada vez menos, y ella escribía. Yo embadurnaba paneles y trozos de maderas que rescataba de la basura porque nunca me gustaron las palabras, ni escritas ni dichas, y menos aún las gentes que las usaban y ella escribía porque asistió de rebote a la presentación de un libro de un vate progre e intelectual, el consabido santón de las causas nobles que peroraba contra el capitalismo desde la poltrona de su sueldazo y ella, viendo que todo el mundo agasajaba y rendía pleitesía al pobre andoba, decidió en el acto ser poetisa, sin ningún talento para ello pero - afirmaba mirándose las uñas - contando ya con la ayuda inestimable de su entrepierna y sus dos rotundas tetas con las que, efectivamente, con descaro y dedicación logró ser primero editada, después de tirarse a la caterva de editores del underground patrio, y luego hasta festejada en saraos borrachientos, revistas efímeras y otros desatinos literarios.
- Me tomaría un trago de cualquier cosa, un lonyón, por ejemplo – le dije a un chucho callejero que se acercó meneando el rabo, mirándome como con curiosidad, oliéndonos, precisando un puntapié o comida o amparo.
- Vamos a lo del Ñaco, ya sé que no te gusta pero lo mismo hay algún mecenas de buches o algún simple cabrón que invite - opinó coloreándose con rouge rojo chillón - siempre los llevaba así - los labios.
El Ñaco era su colega, otro literato que casi había sido el adalid del malditismo poético, un niñato grimoso que se tuvo que tragar sus ínfulas y su pose y abrir una tasca pulgosa para no tener que masticar las sandeces de sus versos. En fin, que lo mejor del tipo es que tenía una cara para poder partírsela sin más tramites y en cualquier momento.
- ¿Tú crees que trabajaremos alguna vez? - pregunté con guasa, rascándome las pelotas y silbandito una canción de los Ilegales.
- No creo, Morgan, antes de que eso pase estaremos tiesos como mojamas – contestó distraída, guardándose el espejito.
Suspiré, casi tranquilizado. Hacía semanas que no tocaba un pincel. A ella tampoco le iba mejor. Estaba en una época de “sequía creativa”. Sus poemas nunca fueron mejor que una mierda, y ella era la primera en saberlo, pero tenía su rollo y hasta sus lectores idiotas…
- Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados de la carrera de la edad cansados por quien caduca ya su valentía... Tranquila, nena, volverás a ser la reina de la tribu…¿Nos damos el piro?
El perro, hasta entonces pasmado con mi cara, levantó una oreja a modo de despedida y se fue gimiendo con su pena o su hambre a otro lado. Y nosotros también nos marchamos. En la explanada del paseo empezaban a llegar los primeros coches, que se apresuraban a arrimarse a las zonas oscuras, sin farolas.
- Todas la maman, sin lugar a dudas – volví a decir, encogiéndome de hombros, con alivio porque el día, otra más, se iba definitivamente al carajo sin llevarnos a nosotros por delante.
- Y todos comen coños, gilipollas – volvió a contestar, paciente, bufando, como perdonándome generosamente la vida.
Y asentí otra vez y nos carcajeamos y nos fuimos, trastabillando, medio abrazados, ciegos de porros y sin ninguna salida de urgencia al alcance de los pies, ni ningún litro ni ninguna cosa al alcance de las manos.
- No creo, Morgan, antes de que eso pase estaremos tiesos como mojamas – contestó distraída, guardándose el espejito.
Suspiré, casi tranquilizado. Hacía semanas que no tocaba un pincel. A ella tampoco le iba mejor. Estaba en una época de “sequía creativa”. Sus poemas nunca fueron mejor que una mierda, y ella era la primera en saberlo, pero tenía su rollo y hasta sus lectores idiotas…
- Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados de la carrera de la edad cansados por quien caduca ya su valentía... Tranquila, nena, volverás a ser la reina de la tribu…¿Nos damos el piro?
El perro, hasta entonces pasmado con mi cara, levantó una oreja a modo de despedida y se fue gimiendo con su pena o su hambre a otro lado. Y nosotros también nos marchamos. En la explanada del paseo empezaban a llegar los primeros coches, que se apresuraban a arrimarse a las zonas oscuras, sin farolas.
- Todas la maman, sin lugar a dudas – volví a decir, encogiéndome de hombros, con alivio porque el día, otra más, se iba definitivamente al carajo sin llevarnos a nosotros por delante.
- Y todos comen coños, gilipollas – volvió a contestar, paciente, bufando, como perdonándome generosamente la vida.
Y asentí otra vez y nos carcajeamos y nos fuimos, trastabillando, medio abrazados, ciegos de porros y sin ninguna salida de urgencia al alcance de los pies, ni ningún litro ni ninguna cosa al alcance de las manos.
DOMINGO LÓPEZ
5 comentarios:
ahí tas tú, Domingo... que te lo robo pa la niebla... abrazo
Pues pa la niebla del tirón, compay, qué mejor lugar?
con dos huevos tio, que bueno el texto
el principio es brillante; el resto, mejor
de acuerdo con los comentarios.
también con lo de las mamadas
y lo de los coños.
un beso enorme Domingo.
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