PERICO


Tío, mala mañana para estar aquí, mejor te tomas algo, le dije echándole una moneda y el vaho que confirmaba los dos grados que marcaba el termómetro luminoso de la farmacia cercana. El vagabundo no dijo nada, sonrió para, primero, hurgarse parsimonioso en el bolsillo del chaquetón sucio, luego sacar un paquete arrugado de Ducados y después, con camaleónica pachorra, para mi sorpresa, ofrecerme uno. Pensé que estaría mal no aceptar el pitillo así que lo cogí. También pensé que estaría mal irme o fumarlo de pie, así que me senté a su lado, en el escalón, dispuesto a tiritar de frio. Fumamos sin hablar, mirando la gente andar presurosa y cuando nos levantamos para tomar un café tuve la impresión de que en esos minutos en silencio nos habíamos contado nuestras vidas, de que ya éramos y seríamos amigos, como en efecto así fue, y siempre viéndonos únicamente en navidades y en aquel lugar... Hace unos días volví a Galicia y como de costumbre lo primero que hice fue largarme a la rua Porta da Praza. Pero en el escalón del portal de siempre no estaba Perico. Pregunté en el único bar que le dejaban entrar y me dijeron que anduvo mal, que hacía unos meses que no se le veía el pelo, que no sabían de su paradero. Me acordé entonces de aquel dolor en el pecho que a veces le dejaba sin respiración, que le impedía por un momento seguir hablando con bondad y sabiduría de la vida, del mar, de los bares de marineros en las Azores o en Terranova, me acordé de su dignísimo y quijotesco porte, de su burlona manera de pedir limosna, del viejo cenicero de cinzano que usaba como platillo para las monedas, del libro de Bukoswki que le regalé y leía con una sonrisa, de los chupitos de aguardiente que trasegábamos... Los días siguientes volví para nada a la rua y ahora que escribo esto en la cafetería del aeropuerto siento que vuelvo a casa definitivamente jodido, con toda esta tristeza y con el peso tremendo del abrazo que debía de haberle darlo. Me lo llevo de vuelta, sí, pero lo guardaré a buen recaudo porque para la navidad que viene volveré y lo primero que haré será buscar otra vez la maldita calle. Y si Perico no está pensaré que ha vuelto a sus olas, a sus cantinas filibusteras y me sentaré entonces aterido en el escalón y tendré lágrimas en los ojos, mierda, del frío o de lo que sea y será un honor y hasta una alegría que, como aquella vez que se fue a mear y me dijo socarrón, compañeiro, guárdame el sitio, alguien pase y me confunda con él y me eche una moneda....
Domingo López
Santiago de Compostela
A Coruña
Tarde del 6 de Enero de 2009

2 comentarios:

Gata Pulguienta dijo...

excelente escrito, me emociono demasiado.
Saludos

Anónimo dijo...

Carallo, tio, qué cojonudo texto, joder