LA DECLARACION DEL ACUSADO


Para Nata

Estaba cortando los troncos cuando la vi asomarse al porche, bajar apresurada los tres escalones y dirigirse hacia mí, tan linda y grácil, cruzando el pequeño jardín. Dejé la faena para enderezar la espalda y tras llevarme, con más teatro que dolor, las manos a los riñones cual leñador dominguero me dispuse a recibir lo que supuse que sería un gran beso de su parte. Me va a felicitar y hacer arrumacos por haber elegido este lugar tan romántico para pasar el fin de semana, me dije limpiándome con la manga de la camisa, virilmente, las tres o cuatro gotas de sudor que asomaban en la frente y abrí entonces los brazos para abrazarla pero me quedé así, como un cristo patitieso y sin cruz, puesto que vi, desconcertado, que ella no se tiraba o echaba en ellos sino que se paraba a dos prudentes metros de distancia y con los brazos en jarras me preguntaba muy seria que porqué le había estado mirando el culo y las tetas a la chica rubia de la cabaña de al lado y que por favor no me hiciera el longui porque me había visto desde la ventana. Confundido, me parece que proferí con un hilito de voz el automático y socorrido - en estos casos - ¿cómo dices? Y ella sin inmutarse, mirándome como para escupirme con acierto, masculló, recalcando las sílabas con odio, un te has enterado muy bien miserable. Por unos segundos, alelado, me limité a parpadear estúpidamente, intentando entender. Oye, qué cachonda eres cariño, dije transigiendo y a la vez que elegía, timorato, la mejor de mis sonrisas, que no sirvió de gran cosa y desapareció enseguida - sálvese quien pueda, se diría la pobre, supongo - cuando ella empezó a gritarme sinvergüenza y mal nacido. Todo esto es solo una erizante broma pensé recordando de pronto el verso de un admirado poeta y mirando de reojo al gordo de la parcela vecina, curioseando nuestro particular espectáculo mientras se rascaba la barriga. Aclaro que dentro de mi limitado - en esas penosas circunstancias - campo de visión no distinguí ni aprecié a ninguna rubia. Nena, estas dando la nota, le dije en un susurro y tendiéndole conciliadoramente la mano pero ella dio un salto hacia atrás como si no le hubiera ofrecido cinco dedos terciadores sino una boa zampona y me contestó hablando también bajito, casi un murmullo, pero para mentar mucho a mi madre y acto seguido, colérica, ponerme a parir. Le aseguro que aún no me había movido y los insultos se debían de estar oyendo en todo el valle y en las estribaciones de la cordillera. Noté que el sol me molestaba y acaloraba la cara y fue en ese instante cuando me acordé de Meursault, aquel desgraciado y novelesco personaje. Entonces ella se agachó de pronto y gritando como una tarada cogió una estaca del suelo y rábida se abalanzó sobre mí y yo le veía la boca muy abierta y la cara roja de la sofoquina pero no oía nada, solo mi corazón retumbando en mis sienes y fue también entonces cuando, desenclavándola del tronco, agarré el hacha.

Domingo López
De "No future y otros cuentos cafres"

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