JOLIBU



Los tipos de la televisión llegaron corriendo y allí nos tenían a todos, al Chuli, al Madeja, a la Mona, al Basto y a mí, nerviosos, peinándonos unos a otros a manotazos como primates coquetos. Bueno, todos no estábamos, faltaba El Jerele que ya hacía un buen rato que se lo habían llevado occiso perdido a la morgue - cuya sangre tras rubificar la acera había cubierto con misericordia y serrín Manolete, el camarero del bar de la esquina - y que por lo tanto el pobre ya no cantiñearía más fandangos y era digamos el culpable de que fuéramos a salir en directo en un programa truculento de sucesos como los amigotes compungidos de la víctima y como testigos presenciales del violento y mañanero deceso. En realidad el caso no tenía mucha chicha y al Moreno, el borracho que le había rebanado sin venir a cuento el cuello ya se lo habían llevado los maderos así que no había mucho hilo de donde tirar y por eso el reportero del micrófono, antes de empezar a grabar, nos dijo que nos inventáramos los que os saliera de los huevos. Por supuesto, para chupar toda la cámara posible, el que dijo más fantasiosos disparates fui yo y como recompensa al final me dejaron mostrar el diccionario que me encontré en la basura y que siempre llevo conmigo y con el que me ilustro diariamente e incluso pude saludar a mi madre por si me veía desde el infierno de su llameante y eterna combustión y a los colegas por si me veían desde las tascuchas inmundas o los salones sociales de las cárceles y al final nos dieron la calderilla para las litronas prometidas y los vimos arrancar el furgón - Antena Total TV, tenía escrito en el capó – y nos volvimos ufanos y ya famosos al parque para beber y rascarnos al sol y decidir entre todos, por unanimidad y a mano alzada, si este podía considerarse sin exageración o excesivo error, exceptuando, está claro, el de la comunión o el del primer polvo, el día más importante de nuestras vidas.

DOMINGO LÓPEZ

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